El título de este post es uno de los argumentos más frecuentes para defender la aplicación del principio de precaución o la reducción de los límites legales de exposición a campos electromagnéticos de radiofrecuencia (CEM-RF), en particular a móviles, antenas y WiFi (otros ya tal).
Sorprende escuchar este argumento en boca de algunos “espertos centificos”, generalmente abogados o frecuentes colaboradores de DSalud o Mindala TV, que obvian que la Ciencia no se construye demostrando negaciones, sino buscando evidencias que sustenten las hipótesis en afirmativo, por ejemplo: “la radiación de las antenas y móviles produce cáncer en humanos”. Para prohibir o limitar un agente o factor de riesgo, se debe demostrar que es peligroso para la Salud, conociendo, además, el mecanismo por el que se produce ese efecto y, así, hablar de causalidad descartando una posible casualidad. Del mismo modo, para aplicar el principio de precaución, no basta con una conjetura o una corazonada, hacen falta evidencias. En 30 años, a los niveles habituales de exposición, no se ha demostrado ninguna asociación de los CEM-RF y la Salud. Pero te dirán que las hay. Y sí, las hay, pero aquellas que demuestran algún efecto, son a niveles elevados o, en caso de niveles más bajos, en condiciones de laboratorio. Por tanto, en condiciones normales, no hay evidencia de efecto alguno (ver Röösli et al., 2010). ¿Y con el cáncer? Tampoco. No hay evidencia en humanos en condiciones y niveles normales. Sí la hay en ratas a niveles elevados y sin que se conozca el mecanismo, con un tipo de cáncer que afecta a células nerviosas del corazón, con lo que extrapolar ese resultado a humanos es, todavía, muy arriesgado e injustificado. ¿Y cáncer de cerebro? Recordemos que la OMS (a través de la IARC) clasificó la radiación de los móviles como posible cancerígeno (grupo 2B, junto al café y a los encurtidos) por este trabajo de Cardis et al., 2011 (en el que los propios autores concluían que “la incertidumbre de estos resultados requieren de ser replicados antes de hacer una interpretación causal”). Aunque revisiones posteriores descartan esta asociación (ver Repacholi et al., 2012) y la epidemiología de los últimos 30 años también lo avala, se mantiene en el grupo 2B. En la siguiente gráfica se compara la evolución de la telefonía móvil (número de líneas, arriba) y la incidencia de cáncer de cerebro de 1992 a 2006 (abajo) tomada de Inskip et al. 2010. Podríamos pensar que desde 2006, 12 años después, podrían haber aflorado efectos a largo plazo, pues los datos de 2017 de incidencia no han cambiado de tendencia y continúan entre los 6 y 8 casos por cada 100.000 habitantes en EE.UU. En una publicación posterior, explicaré más por qué se mantiene en el grupo 2B y qué pasaría si, finalmente, acabaran en el grupo 2A o, incluso, en el 1 (junto al tabaco, el alcohol, la contaminación atmosférica o las carnes procesadas).
Veamos por qué podemos estar tranquilos. En el siguiente gráfico, la barra vertical roja y verde representa la intensidad de la radiación: rojo alta intensidad y verde baja intensidad. En general, sabemos que a intensidades elevadas (rojo) se producen efectos (calentamos la leche en el microondas) y que a intensidades bajas (verde) no se producen. Recordarás el famosos vídeo viral en el que se hacían palomitas con unos móviles, pues, siento mucho decirte que había un magnetrón de microondas debajo de la mesa (todavía encuentro algún movimiento antiantenas que lo pone como ejemplo de lo peligrosos que son los móviles (me recuerdan a Aristóteles). Queda una zona intermedia donde afectarían otros factores como el tipo de radiación, la especie, la forma de irradiación, etc. que impiden marcar un nivel categórico y generalizado. La ICNIRP, partiendo de los niveles a los cuales sabemos que se producen efectos y conociendo aquellos a los que no se producen, incluye un factor de seguridad de 10 y fija el nivel máximo de exposición por debajo de la línea roja. Por tanto, está aplicando ya el principio de precaución, fijando la intensidad máxima en una zona conocida y segura. La suerte es que tanto las WiFis como los móviles, las antenas y otros servicios de telecomunicaciones, funcionan a niveles que, en promedio, están entre 1.000 y 10.000 veces por debajo de esos límites en el peor de los casos. Sólo si alejamos la antena o limitamos su número, o peor, usamos sistemas de apantallamiento, los dispositivos electrónicos deberán “gritar más” llegando a veces a niveles que están unas 10 o 20 veces por debajo de esos niveles máximos ICNIRP, pero siempre por debajo de la línea roja. Por tanto, si queremos mantener los niveles de exposición lo más bajos posible, cuantas más antenas y más cerca, mejor. Así, los dispositivos podrán comunicarse con los operadores, sin necesidad de “gritar” más de la cuenta (y consiguiendo también que las baterías duren más). Por tanto, a los niveles y condiciones habituales de exposición a los que sabemos que no se producen efectos, tampoco tiene sentido aplicar el principio de precaución, pues ya se aplica al reducir los niveles de seguridad un factor 10.
En la imagen anterior, se incluyen dos opciones: “prohibir los CEM-RF si no se demuestra que son inocuos”, lo cual es imposible de demostrar o “no prohibir los CEM hasta que se demuestre que son perjudiciales” cosa que, a día de hoy, no se ha demostrado, como vengo insistiendo, a los niveles habituales. No obstante, la opción que se ha elegido es intermedia: fijar los niveles muy por debajo de aquellos valores a los cuales sabemos que sí se producen efectos.
Volvamos al problema de demostrar la inocuidad. El problema de cómo se demuestran afirmaciones en Ciencia, pero aplicada a la existencia de Dios, fue desarrollada mediante una analogía por el matemático inglés Bertrand Russell. En su caso, quería ilustrar la exigencia de los creyentes de que sea el ateo quien demuestre la no existencia de Dios. Para ello, imaginando una tetera orbitando entre Marte y la Tierra, Russel explicó: “Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es tan pequeña que no puede ser vista ni por los telescopios más potentes”. Ya he usado esta imagen anteriormente:
Si admitiéramos que, si no se ha demostrado la inocuidad de algo, se debería limitar su acceso o exposición, nos encontraríamos con que deberíamos prohibir absolutamente todo simplemente porque alguien sugiriera su potencial peligrosidad y esperar a que la Ciencia demuestre que es falsa tal afirmación, lo cual sería imposible. Aquellos que piden limitar o reducir la exposición a CEM-RF y alertan sobre los peligros a los que nos estamos sometiendo, no han demostrado que a los niveles habituales se produzcan efectos y suelen recurrir a experimentos de laboratorio en condiciones extremas. Los movimientos antieantenas suelen recomendar que las comunicaciones se realicen por cable, cables que emiten CEM-RF sin que nadie haya demostrado que es inocua… Si funcionáramos así, yo comenzaría con un elemento con el que convivimos a menudo y que a nadie le preocupa. A mí, me tiene sumamente obsesionado: “el uso de traje y corbata es sumamente peligroso para la Salud, nadie ha demostrado que su uso, sea inocuo”. Ahí lo dejo.
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