Puedes seguir tranquilo con tu WiFi

¿Efectos sobre la salud de la radiación WiFi? Pues recientemente se ha publicado una nueva revisión sistemática. Spoiler: ná de ná.

Empiezo por la revista. CRITICAL REVIEWS IN ENVIRONMENTAL SCIENCE AND TECHNOLOGY es una revista, lógicamente, indexada en el Journal Citation Report (JCR). Ocupa la posición 5 de 274 (primer cuartil Q1) en la categoría de Environmental Sciences con un índice de impacto de 12,561. O dicho para que se entienda: es de las güenas güenas. Para quien no sepa en qué consiste el proceso de publicación y por qué es importante, indispensable, que sea una revista de calidad, puede leer este otro hilo:

El último autor es Martin Röösli que cuenta con 252 artículos indexados en JCR (seguramente más porque todos sabemos los problemas que hay con ciertos apellidos y sus puntuaciones), un h-index de 44 y más de 13.000 citas sin autocitas. Un referente en el bioelectromagnetismo. O dicho para que se entienda: es de los güenos güenos. Además trabaja en otros campos muy interesantes, sobre todo de agentes potencialmente peligrosos para la salud.

Un inciso. Hace unos años, Martin Pall, publicó esta supuesta revisión que no lo era en la que alertaba de los riesgos de la WiFi sobre la salud. Ese artículo sigue siendo referente de los movimientos antiantenas y de quienes se lucran con el miedo a las radiaciones. Ese artículo, por su selección interesada, fallos en las interpretaciones, hasta el título estaba mal, recibió varios comment (que es la manera en la que los científicos expresamos dudas sobre un artículo), como el que yo publiqué en esa misma revista y que expliqué aquí en el blog. O este otro de Moulder y Foster en el que le ponían a caldo. Hasta los autores de uno de los artículos utilizados en esa revisión, (Pinto y cols,) se quejaron por la interpretación que Pall había hecho de su trabajo. ¡Muy fuerte, Doc!

¿Por qué cuento esto de Pall? Pues porque a pesar de que su artículo acumula ya 47 citas, es un ejemplo de mala praxis, de por qué una revisión debe ser sistemática y no un cherry picking y para evitar que luego, otros científicos, te saquen los colores y ni se digne a contestar.

Cuando soy criticado por movimientos antiantenas o alguien intenta rebatir mis afirmaciones sobre la seguridad de las radiaciones, a veces, suele recurrir a papers sin atender a su tipo o la revista en la que fueron publicados. Por eso, siempre recurro a revisiones sistemáticas.

¿Por qué? Porque en lo alto de la pirámide de fortaleza de la evidencia científica, están las revisiones sistemáticas y los metaanálisis. Son los estudios con mayor fuerza, de los que podemos sacar conclusiones con menor riesgo a equivocarnos…

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Las revisiones sistemáticas o los metaanálisis son estudios de estudios; no son un estudio aislado, esa es la clave. Además, deben ser reproducibles. Por eso, desde hace tiempo, existen protocolos como PRISMA o MOOSE.

Cada vez más revistas exigen cumplir con este protocolo y también que la revisión haya sido previamente registrada en PROSPERO. Una base de revisiones sistemáticas cuyo registro no es del todo sencillo. Recuerda, los científicos somos muy tiquismiquis.

Recientemente, junto a Jesús González Rubio y otros colaboradores, hemos publicado una revisión sistemática y un metaanálisis cumpliendo con esos requisitos y sabemos de qué estamos hablando. Podríamos resumir todo esto con un “no es moco de pavo”.

Pues bien. La revisión que nos ocupa cumple con esos requisitos, ha sido publicada en una revista de primer orden, el último autor, generalmente el coordinador del trabajo, tiene una carrera y experiencia excepcional. Ahora sí, estamos en disposición de hacer una lectura crítica.

Un aspecto importante en todos los trabajos científicos es, como no puede ser de otra manera, la metodología. También en las revisiones sistemáticas. Porque permitirá a otros investigadores replicar el trabajo; también en las revisiones sistemáticas.

A la hora de realizar la búsqueda de artículos potencialmente susceptibles de ser incluidos, usaron WoS y PubMed, publicados entre el 1 de enero de 1997 y el 31 de agosto de 2020. Además, fueron meticulosos con los términos y definiciones para evitar que se quedara alguno fuera.

El siguiente paso fue definir correctamente los criterios de inclusión. Se debe justificar objetivamente por qué se usan esos criterios y por qué se incluyen unos trabajos y otros no. En este caso, además, definen una serie de criterios de calidad para evitar sesgos.

Los trabajos que se han incluido debían garantizar al menos: debía haber una condición de control, el estudio debía ser al menos simple ciego, los valores de exposición debían demostrar diferencias entre condiciones (no sólo un router apagado), para estudios in vivo o in vitro se debía determinar correctamente la dosimetría (algo que no es trivial), en estudios epidemiológicos con voluntarios, la inclusión de éstos debía estar bien descrita y evitar sesgos de selección, y los estudios epidemiológicos debían considerar, al menos, confusores básicos como la edad, el sexo o el nivel socioeconómico.

Así, se evita incluir trabajos de poca calidad, con confusores o sesgos, garantizando que los trabajos incluidos en la revisión serán de la máxima calidad y fiabilidad. Así se analizarán, no sólo varios trabajos, sino los mejores trabajos. De 1385 artículos identificados en la búsqueda, 23 cumplieron los criterios de calidad: 6 epidemiológicos, 6 experimentales en humanos, 9 in vivo y 2 in vitro. El proceso no es trivial y requiere de mucho trabajo. Además, todo, normalmente, se revisa por varias personas.

Ahora, podemos empezar a analizar los resultados… pero no olvides que todo este proceso previo es fundamental, más importante que los que vienen a continuación. Si no se hubiera hecho bien, todo lo demás, no valdría para nada. Y hasta aquí, ¡todo está perfectamente correcto!

Los estudios epidemiológicos incluyeron varios estudios transversales con 373 adolescentes, 2361 niños o 149 embarazadas entre otros diseños. En alguno de ellos, incluso, se contó con personas que decían ser hipersensibles. También se describen los estudios in vivo e in vitro.

En la discusión plantean las lógicas limitaciones del estudio. Entre ellas la inclusión de estudios con exposición a WiFi “normal” y que habrá que seguir investigando otras situaciones. ¡¿Cómo no?!

También citan este estudio a doble ciego con WiFi que demostró que las expectativas negativas sobre posibles efectos negativos podían fomentar la aparición de percepciones de síntomas ilusorios por alteraciones en el criterio de decisión somatosensorial. Otra vez el dichoso efecto nocebo y el efecto llamada, pero aquí con una base importante relativa a la toma de decisiones… muy interesante…

En conclusión traduzco y pego literal: “Encontramos poca evidencia de que la exposición a WiFi sea un riesgo para la salud en el entorno cotidiano, donde los niveles de exposición suelen ser considerablemente más bajos que los valores de referencia de ICNIRP”.