Recibo por varias vías este artículo de opinión de Vincenç Navarro publicado hoy en el diario Público en el que alerta sobre lo que se nos oculta acerca de los peligros para la salud de los teléfonos móviles. La imagen que he elegido para encabezar este texto creo que ilustra perfectamente lo que parece que le ha pasado al Prof. Navarro: Comenzó el diagrama por la parte superior “Se habla de un tema” en este caso, la telefonía móvil y la salud. Obviamente en el diagrama tiró a la derecha y llegó a “No sé un carajo” y decidió informarse. El problema es que la fuente que elegió para informarse, este artículo de la revista americana The Nation, no es científica y, aunque en su texto Navarro dice “que goza de gran prestigio en el mundo intelectual”, cuando hablamos de Ciencia, no es una fuente adecuada. Así que se dió por enterado y habló.
La universidad ha cambiado mucho en los últimos años. Ayer mismo lo comentaba con compañeros a los que estoy dando un curso sobre redes sociales a quienes les enseñaba el gran número de divulgadores, profesionales en diferentes materias, que hablan bien informados, “bien informados” quiere decir, aquí, científicamente informados. Por poner algunos ejemplos: Julio Basulto, Aitor Sánchez o Lucía Galán, quienes sin ser científicos, hacen de los textos científicos su fuente de información. En particular, comentaba a mis alumnos/compañeros que se nota cada vez más que tenemos mejores profesionales en la enseñanza superior, con formación científica de verdad, que forman en Ciencia y a conciencia a los nuevos graduados que entienden la importancia de la fuente, del tipo de fuente y de la calidad de la información científica. Titulaciones cuyo profesorado no era hasta hace poco, en general, ni doctor, ni mucho menos desarrollaban investigación alguna, ahora tienen unos cuerpos docentes entre los que, a pesar de las dificultades que nos ponen unos políticos miserables a los que la Ciencia les importa un mierda, la investigación es una pata importante de su actividad. Profesores que saben qué es JCR, un índice de impacto o la diferencia entre un artículo de opinión de una revista generalista, un artículo de un caso, una revisión sistemática o un meta-análisis. Por resumir, son índices de calidad, mejores o peores, que usamos los científicos para dar mayor o menor importancia al resultado publicado.
Y es que en Ciencia no tienen la misma relevancia o fuerza todos los resultados publicados en las diferentes revistas científicas (para empezar estas revistas deben publicar mediante un proceso de revisión por partes y, también, estar indexadas en JCR, el índice de referencia más extendido). Además, los diferentes tipos de estudios tienen una fortaleza mayor o menor, estando en la parte inferior las “letters” o “comments” al editor, los artículos de opinión (en revistas científicas” claro) o los casos clínicos, y, por contra, en la parte superior, encontraremos las revisiones sistemáticas y los meta-análisis como ilustra la siguiente imagen y en la que comparo, “sin querer queriendo” o de broma pero en serio, con la clasificación que se podría utilizar en pseudociencias o por quien no tiene formación científica o, por quien sí la tiene pero que no sabe usarla, que son, si cabe, los más peligrosos.
Dicho esto. El artículo de The Nation, que es al que me referiré pues es el que ha utilizado el Prof. Navarro en, no lo olvidemos, su artículo de opinión, pertenece a una categoría que ni aparece en la pirámide de la izquierda y, aunque parece estar fundamentado en artículos científicos, hay más desinformación, medias verdades o mentiras que información científica seria. En la pirámide de la derecha estaría en el piso tercero o cuarto, entre “búsquedas de Google” y “Noticias de ONGs, Ecoportal, etc.”. Algo que el Prof. Navarro debería haber detectado desde la primera línea y, antes de escribir su artículo de opinión, haber contrastado esa información de manera responsable y, sobre todo, científica. Los autores del artículo, Mark Hertsgaard (periodista) y Mark Dowie (historiador), han confiado en fuentes poco fiables y estudios custionables, ignorando el consenso científico de que la radiación del teléfono móvil, casi con certeza, no causa cáncer, y ya no digamos otras patologías como la hipersensibilidad electromagnética.
No lo digo yo, lo dicen, entre otros organismos internacionales, la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la Comisión Internacional para la Protección ante Radiaciones No Ionizantes (ICNIRP, por sus siglas en inglés) quienes se basan en revisiones sistemáticas para poder decirlo con una certeza bastante alta. En la sección “¿Falta información?” enlazo varios meta-análisis y revisiones sistemáticas muy potentes que desmontan los argumentos de ese artículo de The Nation. Me llama la atención que en este tipo de noticias u opiniones se indique siembre que la OMS ha clasificado la radiación del móvil como “posible carcinógeno” (en el mismo grupo 2B que el café o los encurtidos) sin preguntarse qué quiere decir eso (este texto de Carlos Chordá es sublime), al tiempo que cuestionan que la OMS transmita total tranquilidad sobre los efectos sobre la salud de las radiaciones de radiofrecuencia. Es una contradicción en sí misma, pues utilizan una fuente, como es la OMS, de manera que es fiable si dice lo que a ellos les interesa, pero corrupta y que pone a los científicos más despreciables cuando se trata de hablar de argumentos en contra de sus creencias. Y es que cuando hablamos de posible carcinógeno y nos centramos en la radiación del móvil (la de las antenas está descartada), se olvidan siempre añadir un “a los niveles a los cuales nos encontramos expuestos en nuestro día a día”, tema en el que, por cierto, llevo trabajando los últimos años. Y es que olvidan indicar que la radiación de radiofrecuencia (también hay un artículo al respecto en la sección de “¿Falta información?”) a la que está expuesta la población es tan baja, que pensar en un posible efecto carcinogénico es inadecuado por ser prácticamente y físicamente imposible, pues estas radiaciones no tienen ni poder de penetración ni capacidad de ionización o modificación molecular a esos niveles de exposición. Es una cuestión de Física básica.
En el artículo de The Nation hacen referencia al caso de David Reynard quien el 21 de enero de 1993 salió en el programa de Larry King diciendo que la muerte de su mujer por un cáncer de cerebro un año antes, había sido provocado por el uso de un teléfono móvil. No tenía ninguna evidencia, ¿era una corazonada? No era físicamente posible, pero que, como dice Luis Alfonso Gámez en este artículo de su blog Magonia, “el daño estaba hecho“. Esa “evidencia” en la pirámide de la derecha estaría en el tercer escalón empezando por abajo, pero fue suficiente para que al día siguiente las acciones de las telefónicas cayeran. El pánico electromagnético (a la radiofrecuencia, no a los rayos X que se usan en un TAC) nació aquel 21 de enero de 1993. Se obviaba y se obvia que la radiación del teléfono móvil es mucho menos energética que la luz visible o la radiación infrarroja, mucho menos que la ultravioleta y que, por supuesto, los rayos X o los rayos gamma, y similar a la de la radio FM que llevaba ya entonces muchas décadas con nosotros. Toda la historia de David Reynard fue publicada en 2011 en The New York Times.
Un aspecto que me parece sumamente preocupante es la sombra de duda que se extiende sobre las investigaciones realizadas en este campo en los últimos años y que el Prof. Navarro hace suyas sin cuestionar, comparando la actual situación de los móviles con lo ocurrido en los 70-80 con la industria del tabaco. Debe saber el Prof. Navarro que todo artículo científico debe ir acompañado de una “declaración de conflicto de intereses” y que será visible en la publicación final, en caso de ser aceptada. La posible existencia de esos conflictos de intereses hacen que la revisión del trabajo por los diferentes referees anónimos sea, si cabe, aun más exhaustiva. Los artículos que he enlazado en la sección de esta web sobre información científica básica, no tienen ningún conflicto de intereses, esto es, que sus autores no tienen ningún vínculo, ni interés relacionado con la industria de las comunicaciones. Es temerario cuestionar de esta manera los estudios porque cabría ser incluida en una especie de falacia ad hominen, en este caso no contra el investigador sino, ni más ni menos, contra todos los artículos científicos publicados en este ámbito en los últimos 30 años. En el artículo de The Nation se hace referencia a una revisión de Henri Lai en la que se comparaban los resultados de 326 estudios, pero se olvidan indicar que Henri Lai es coautor del fantástico informe Bioninitiative de dudosa independiencia y del que hablé largo y tendido en esta otra entrada. Si bien una búsqueda me lleva a este otro trabajo, pero de Martin Röösli y colaboradores, en el que llegan a una conclusión similar sobre el sesgo introducido por la entidad que financia la investigación que “debe ser tenida en cuenta”. Martin Röösli es uno de los científicos más reconocidos en este campo (más de 200 publicaciones y un índice-h de 32) y a quien pude conocer en Gante (Bélgica) en 2016 cuando vino a ver el trabajo que presentamos en el congreso de la BEMS, sociedad científica a la que pertenezco. Casi nos da un patatús. El mismísimo Röösli vino a preguntarnos cuáles eran nuestros hallazgos acerca de una posible relación entre cáncer de cerebro y teléfonos móviles. Cuando le dijimos que nada, nos miró y dijo, “lo normal y esperable”. Algunas de las revisiones que enlazo en la sección de “¿Falta información?” son de Röösli. Ahí es nada. Así que esa sombra de duda que alimenta el Prof. Navarro es muy irresponsable.
Sigamos con el artículo de The Nation. Se dice que en los últimos 30 años, la población mundial, me incluyo en ella, hemos sido sometidos a un experimento masivo sin nuestro conocimiento informado. Por cierto, en 30 años de experimento innecesario, pues a los niveles de emisión a los que funcionan los teléfonos móviles es imposible pensar en una asociación con el cáncer, como el resultado de esos 30 años de exposición ha demostrado, pues a pesar de que hay miles de millones de teléfonos móviles (y WiFis, inalámbricos y demás), no estamos ante una pandemia a escala global. Y es que reclaman que antes de lanzar la tecnología se debería haber comprobado que era inocua, entiendo que basándonos en la hipótesis de David Reynard y obviando todo lo que sabemos de Física, interacción de radiaciones con la materia y demás. Además, la Ciencia no demuestra negaciones, algo que explicó fantásticamente bien Bertrand Russel y que se puede resumir en la siguiente imagen y que el Prof. Navarro, como catedrático que fue, debería conocer:
En el artículo de Hertsgaard y Dowie se incluye una frase que enmarcaré y me pondré en mi despacho: “Lack of definitive proof that a technology is harmful does not mean the technology is safe, yet the wireless industry has succeeded in selling this logical fallacy to the world” que podemos traducir como “La falta de pruebas definitivas de que una tecnología sea nociva no significa que la tecnología sea segura, sin embargo, la industria inalámbrica ha logrado vender esta falacia lógica al mundo” o utilizando la idea de la Tetera de Russel sería algo así como “si no puedes demostrar que la tetera no está allí, no significa que no esté”. Además caen en otra contradicción al indicar que se habría demostrado una relación entre radiación de radiofrecuencia y procesos que podrían conllevar al desarrollo de cáncer, pero olvidan, fíjate, indicar que se trata de experimentos in vitro y a niveles de exposición muy alejados de las condiciones habituales. Volvamos a la pirámide de fortaleza de la investigación y comprobaremos que estos trabajos estarían en el segundo piso, por abajo, de la fortaleza científica.
Por no alargarme demasiado, pues el artículo de The Nation, también el del Prof. Navarro, es largo y aburridísimo, diré que después entran en un análisis de intereses y falacias ad hominen sobre si es más fiable Lennart Hardel quien afirma que sí existe relación con el cáncer o la hipersensibilidad electromagnética, cuyos trabajos son muy cuestionados (algunos con nuestra conocida Cindy Sage promotora del informe Bioinitiative, sí, otra vez) o Michael Repacholi, quien fue asesor de la OMS y director de la ICNIRP. Para una respuesta más exhaustiva (aun) puedes echar un vistazo a este texto de David Gorski.
Como conclusión tanto Herstsgaard y Dowie como Navarro llaman la atención y alertan de esos posibles efectos que no se han descrito todavía y que provocarían una inexistente epidemia que debería llevar con nosotros esquilmando las poblaciones desde hace, al menos, 20 años. Todo fruto de una teoría conspiranoica. El objetivo es claro: la próxima introducción de la nueva tecnología de telefonía 5G. Los movimientos antiantenas ya están en marcha. Baste echar un vistazo al vídeo del Foro Social de Segovia con los ínclitos Bardasano (asesor de Dsalud donde se niega la existencia del SIDA) y el abogado José Alberto Arrate (¿algún conflicto de interes?) y en el que se dicen barbaridades alucinantes en línea con lo recogido en el artículo de The Nation. A pesar de que la idea del funcionamiento del 5G es que haya muchas más antenas y extremadamente pequeñas, para dar cobertura mucho más cercana y de menor potencia multiplicando la calidad y la velocidad de la señal. Así, como explicaba en mi última publicación, lo esperable es que se reduzca la exposición, como recientemente demostraron unos compañeros de la Universidad de Alcalá de Henares en la que comprobaron que en 10 años (López-Espí, et al., 2017), la radiación en las zonas urbanas donde se ha incrementado el número de antenas, la exposición no ha crecido sino que, por el contrario, ha disminuido.
Como científicos debemos ser responsables, utilizar información científica relevante, de calidad, evitar colaborar con páginas como DSalud (debería ser motivo de expediente o expulsión de una universidad pública), transmitir lo que dice la OMS o la Asociación Española contra el Cáncer, evitar el alarmismo y, sobre todo, los intereses personales (recordemos la pegatina Wave Save de Bardasano o la empresa para vender productos antirradiación de la hija de Cindy Sage). En definitiva, como profesionales de la universidad, sede del conocimiento científico entre otras cosas, tenemos la responsabilidad de transmitir información fiable, por lo que sólo puedo decirle al Prof. Navarro que “a sus zapatos” y antes de hablar de un tema, que se informe convenientemente, buscando fuentes científicas, evitando el amarillismo y el alarmismo infundado.
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