Tan falso es decir que los campos electromagnéticos de radiofrecuencia (CEM-RF) producen cáncer como decir que son inocuos. Me explico. Antes de hacer una u otra afirmación, se deben concretar los valores de una serie de variables que caracterizarán el tipo de campo electromagnético al que nos referimos y, entre otras cosas, cuál será su capacidad de interactuar con la materia. Estas variables serán de sobra conocidas para un estudiante de Ciencias Físicas, pero un tanto escurridizas para una “persona normal”: frecuencia (o energía) e intensidad.
Empecemos con la frecuencia y la energía, que son representaciones de una misma magnitud pues ambas están directamente relacionadas, gracias a la ecuación de Planck. Veamos a qué nos referimos con un símil sencillo. Si un mosquito (de 2 miligramos de masa, 0,002 g) choca contra el parabrisas de nuestro choche circulando a gran velocidad, quedará prácticamente desintegrado. En cambio, si lo que choca es una piedra (2-20 g), levantada por el coche que nos precede, es muy probable que produzca un chinazo rompiendo la luna. Es fácil entender que dependiendo de la masa del objeto que nos golpea, los efectos serán unos u otros. Cuando hablamos de ondas electromagnéticas no todas ellas serán capaces de producir los mismos efectos, pues dependiendo del tipo, la capacidad de producir un daño o la forma en la que interactuará con la materia, serán diferentes.
Así, clasificamos las ondas electromagnéticas dependiendo de su energía, o lo que es lo mismo, dependiendo de si se tratan de mosquitos, piedras, bloques de granito de varias toneladas o transatlánticos. Y es que una de las maravillas del espectro electromagnético, esto es, de todas las ondas electromagnéticas que existen en la naturaleza, es su gran variedad: encontramos ondas muy poco energéticas como son las de la radio o la televisión, equivalentes a la masa de una bacteria (10-12 g, esto es 0,000.000.000.001 g), por seguir con nuestro símil del mosquito y la piedra, y ondas increíblemente energéticas como las utilizadas en radioterapia o en una radiografía, equivalentes a la masa del Queen Mary 2, uno de los mayores transantlánticos (100.000.000.000 g, o lo que es lo mismo 1011 g, esto es, cien mil toneladas) que, en caso de chocar contra nuestro coche a 120 km/h, se desintegraría al instante; el coche, ¡claro!
Los campos electromagnéticos de radiofrecuencia son un grupo dentro del espectro electromagnético pero, ¿son piedras, mosquitos, virus o transantlánticos? Pues las frecuencias típicas y por tanto las energías, van de los pocos hertzios (el virus) hasta los 300.000.000.000 Hz (equivalentes, según el símil que nos ocupa, a la masa de una pelota de pinpon de unos pocos gramos). Lejos queda el transatlántico a otros 11 o 12 órdenes de magnitud (que, como se ha indicado, serían ondas electromagnéticas muy peligrosas como los rayos X o los rayos gamma). Entre medias nos encontraremos la radiación del mando a distancia de la tele (infrarrojos) o la radiación que vemos con los ojos (luz visible), pues nuestros ojos son dos antenas sintonizadas justo a esas frecuencias.
La otra variable que nos hará falta para poder matizar la frase inicial es la intensidad. Nos será fácil entender como el número de mosquitos, pelotitas o transatlánticos que componen una determinada radiación electromagnética. Podríamos entenderla también como el volumen al que ponen mis hijos la televisión en cuanto me despisto… Pero con un matiz importante que le suposo el Premio Nobel a Einstein y es que si un mosquito o un transatlántico, electromagnéticamente hablando, no tiene energía por sí solo para romper el parabrisas del coche, aunque yo incremente su número, nunca podrá romperlo. Es algo que puede resultar poco intuitivo, pero no olvidemos que las interacciones de estas ondas electromagnéticas, cuando hablamos de romper moléculas o romper átomos, ocurren a escalas muy muy pequeñas, donde la Física Clásica no funciona y debemos recurrir a la Física Cuántica, que no es, aunque pudiera parecer lo contrario, algo sencillo.
En definitiva, nos encontramos ante un problema sencillo pero complejo a la vez, pues intervienen muchos factores que hay que tener en la cabeza. Cuando hablamos de campos electromagnéticos de radiofrecuencia estaremos hablando de ondas poco energéticas. Ahora bien ¿entonces cómo se calienta la leche en el microondas? Pues gracias a la intensidad, esto es, disponer de muchas, muchas pelotitas de pinpon, que si bien no serán capaces de romper el parabrisas, sí podrán inducir calor, pero ¿cuántas pelotitas harán falta? Seguro que tienes microondas en casa y lo usas sobre todo para calentar la leche, ¿verdad? Seguro que lo tienes al máximo de potencia para que la leche se caliente lo antes posible. Si giraras la ruedecita de la potencia al mínimo, tu vaso no se calentaría en 1-2 minutos, sino que tardaría más. Pues lo que estás haciendo es bajar el número de pelotitas de pinpón. Para que te hagas una idea, la intensidad de un microondas es un millón de veces superior a la que emite una antena de telefonía móvil. ¿Un millón de veces? ¿qué significa eso? sigamos imaginando cosas, que tienes 2-3 euros en el bolsillo. Imagina que chasqueamos los dedos y se mulplicaran por un millón ¿lo entiendes ahora? Es mucho. Pues ahora, ¿te imaginas que pudieras poner el microondas a un millón de veces menos intensidad? ¡No calentarías la leche ni en un año! pues además, y esto es importante, los efectos no son acumulativos. Por tanto, si la energía es baja y la intensidad también es baja, romper un parabrisas o ni tan siquiera calentarlo, o lo que más nos preocupa, producir un efecto sobre la Salud será imposible (o extremadamente improbable en términos científicos), salvo que te metas dentro del microondas al máximo de potencia (no hacer bajo ningún concepto) pues recueda que “tan falso es decir que producen cáncer, como decir que son inocuas”.
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