La telefonía móvil, aunque pueda parecer lo contrario, no es nada nueva. Hace más de 40 años que convivimos con esta tecnología que ha supuesto uno de los mayores avances y que está cambiando la forma de comunicarnos, de interactuar e incluso, de ser como personas y como sociedad.
Pocos son los habitantes del planeta que no disponen de un teléfono móvil. Según datos de GSMA Intelligence, en la actualidad (julio de 2018) hay en el mundo más de 5.086 millones de usuarios de telefonía móvil, aunque el número de líneas supera desde 2017 al de habitantes del planeta. En España hay más de 52,5 millones de líneas; lejos queda 2006 cuando el número de líneas de telefonía móvil superó al de habitantes; actualmente la penetración es del 113% (113 líneas por cada 100 habitantes).
En mi casa, el primer móvil llegó en los 90. A través de Telefónica, con tecnología analógica, MoviLine ofrecía una cobertura aceptable pero una comunicación de baja calidad sobre todo en zonas rurales (nosotros vivíamos por aquel entonces en medio del campo). Mi padre, médico que a veces requería de un busca para estar localizado, disponía de un fantástico Motorola Star Tac que teníamos prohibido tocar dado, sobre todo, el precio de las llamadas (más de 50 pesetas/minuto). No fue hasta 1995 cuando se liberalizó el mercado, lo que supuso la llegada de Airtel (hoy Vodafone), una segunda operadora (además de la renombrada Telefónica Móviles en Movistar) y el lanzamiento de la telefonía móvil digital a 900 MHz (GSM del francés Groupe Spécial Mobile) con una velocidad de transferencia de 9,6 kbps (bits por segundo). En 1998, Retevisión, por entonces Amena y hoy en manos de Orange, obtuvo la tercera licencia de telefonía móvil, para DCS a 1800 MHz (Digital Cellular Service) y velocidades de hasta 250 kbps; era la segunda generación de móviles o 2G (después tuvimos la tecnología GPRS, General Packet Radio Service, o 2.5G). En aquella época nos vendieron el acceso WAP (Wireless Application Protocol) desde el móvil, los SMS (Short Message Service) se popularizaron o, poco después y sin éxito, los MMS (Multimedia Messaging Service). Tanto el WAP, una mala y poco intuitiva especie de Teletexto en el móvil, como los MMS, probablemente por su altísimo coste en datos, no tuvieron demasiado éxito. Sí lo tuvieron aquellos fantásticos SMS de 140 caracteres que nos obligaron a ahorrar letras y que suponía un problema para la Real Academia y para los profesores que veían un peligro entre los más jóvenes. Aquellos “a q ora ygas” o los “tqm” volvían locos a los más puristas del lenguaje escrito que poco sabían de la economía de los más jóvenes. Plataformas de envío de SMS gratuito a través de Internet, permitían el envío de SMS que daban un plus al Messenger de Hotmail (otra bomba de la comunicación) o al correo electrónico (ambos requerían de un ordenador)… No sigo con las historias del abuelo cebolleta y continuaré, a ver si llego hoy, a la telefonía 5G.
El gobierno iba ofreciendo mediante concurso, acceso al espacio radioeléctrico. Esto es, para poder emitir señales electromagnéticas de radiofrecuencia se debe disponer de una licencia que otorga (subasta) el Estado, lo que se fue haciendo de forma paulatina y en un proceso, digamos que, complejo. La nueva banda DCS mejoraba la calidad y la velocidad, pero requería triplicar el número de antenas, lo que forzó un acuerdo entre las operadoras para que la última en llegar, Amena, pudiera dar servicio sin tener que desplegar toda una red de antenas propia, compartiendo las existentes. (Nota mental: la red de cobertura móvil, ¿no debería ser una infraestructura pública dependiente del Estado y que las compañías pagaran un peaje por uso. Fin de nota mental?).
En el año 2000, el gobierno sacó a concurso las nuevas bandas de telefonía móvil, UMTS (Universal Mobile Telecommunications System) o tercera generación 3G que usa las bandas de frecuencia de 900 y 1800 MHz, también 2100 MHz y velocidades de transferencia de hasta 384 kbps. Y con la llegada de una nueva tecnología, llegó la cuarta licencia para Xfera, hoy Yoigo. Los operadores que ya estaban en funcionamiento, obtuvieron la licencia casi de forma automática. En el año 2001 yo trabajaba en Hewlett Packard en Madrid, en una sección llamada “Club Clientes” como Ingeniero de Soporte de Ventas (Sales support engineer) para grandes cuentas y mayoristas. Hacíamos un poco de todo, fundamentalmente asistencia telefónica sobre cuestiones técnicas bastante complejas de los diferentes servidores y servicios que ofrecía la multinacional (recuerdo el SuperDome que era como el dios de los servidores). En aquellos escasos 6 meses que estuve en la empresa, hasta que renuncié para venirme a la Universidad para hacer lo que más me gustaba, uno de los clientes era Xfera. Yo estuve hasta septiembre de 2001 y, aunque el lanzamiento de la nueva tecnología y el arranque de Xfera eran inminentes, la tecnología no llegaría hasta 2002 y Yoigo no empezaría hasta 2006.
En toda esta historia creo que más que las diferentes generaciones de telefonía que ofrecían mejores y más rápidos servicios, lo que supuso un antes y un después en el mundo del móvil fue el lanzamiento del primer iPhone el 7 de enero de 2007. Probablemente mucha gente no esté de acuerdo conmigo, pues los servicios ya estaban accesibles desde los móviles, chulísimos algunos, muy pequeños otros, que ya llevábamos en el bolsillo. Pero coincidirás conmigo en que, aunque el iPhone suponía retrotraernos a finales de los 90 para volver a llevar un zapatófono o un ladrillo en el bolsillo en plena guerra por el móvil minúsculo (yo tenía un Siemens SL55), Apple espabiló a todos los fabricantes con un golpe encima de la mesa que puso el mercado patas arriba. Aquel ladrillo, del cual no he tenido nunca uno, era mágico. Mediante una interfaz que hoy nos parece de lo más natural (me maravillaba que, girando el móvil, se giraba el contenido de la pantalla), el acceso a esos increíbles servicios que ofrecía la nueva tecnología 3G, estaba al alcance de la punta de nuestros dedos. Probablemente otros muchos factores ayudaron al boom de la telefonía móvil, pero debo volver a mi objetivo del 5G.
En el año 2013 subimos el siguiente escalón: se lanza la cuarta generación, LTE (Long Term Evolution) o 4G a frecuencias de 1800 y 2600 MHz, aunque también utiliza la de 800 MHz (lo que supuso la reubicación de algunas frecuencias de televisión digital terrestre o TDT, retocar miles de antenas y la resintonización de nuestros televisores). Las velocidades de acceso se dispararon y hoy en día es normal no esperar más de unos pocos segundos para ver un vídeo en YouTube o, en un parpadeo, abrir con el móvil una serie o película en Netflix o HBO. Para los que nos conectamos a una primera BBS con el ordenador y un modem de 1200 baudios allá en los 80, esto es rapidez… puesto que hablamos de velocidades de transferencia de unos 25 y hasta 150 Mbps.
En estos momentos, conviven varias generaciones de telefonía móvil que utilizan diferentes bandas de frecuencia (800, 900, 1800, 2100 y 2600 MHz). Nuestros dispositivos van cambiando de tecnología automáticamente sin que nos enteremos demasiado. Bueno, nos damos cuenta cuando las cosas empiezan a ir despacio y miramos en la barra de estado del móvil y en vez de ver un “H+” o un “4G” vemos un “3G”, una “E” o peor, una “G” y desesperamos. Pero, como ya he comentado en otras ocasiones no son las únicas radiaciones de radiofrecuencia que inundan nuestro entorno, no nos olvidemos de la FM, TV, TETRA y las Wi-Fi (2G a 2400 MHZ y 5G a entre 5150 y 5850 MHz).
Debe estar conectado para enviar un comentario.