El móvil produce cáncer, ¡lo dijo la OMS!

En mayo de 2011, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC por sus siglas en inglés), dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), anunció la inclusión de los campos electromagnéticos de radiofrecuencia (CEM-RF), los que emiten los teléfonos móviles, en el grupo 2B como “posiblemente cancerígeno para los humanos”. Casi 10 años después, ¿cómo está este asunto?

Agentes cancerígenos clasificados en grupos

La IARC explica en sus monográficos cómo hace las cosas, pero lo importante en lo que nos ocupa es cómo establece los 4 grupos de agentes carcinogénicos (traduzco y copio):

  • Grupo 1: El agente es cancerígeno para los humanos. La inclusión de un agente en este grupo implica que “hay evidencia suficiente” de carcinogenicidad en humanos. En total, 120 agentes entre los que merece la pena destacar el alcohol, el tabaco, la contaminación atmosférica o la radiación solar.
  • Grupo 2A: El agente es probablemente carcinógeno para los humanos. En este grupo se incluyen 82 agentes como el consumo de carnes rojas o las bebidas extremadamente calientes (más de 65ºC). Para la inclusión de un agente en este grupo se deben cumplir al menos dos de las siguientes afirmaciones y al menos una que involucra a humanos o células o tejidos humanos expuestos:
    • Pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos.
    • Suficiente evidencia de carcionogenicidad en animales de experimentación.
    • Fuerte evidencia de que el agente exhibe características clave de carcinógenos.
  • Grupo 2B: El agente es posiblemente carcinógeno para los humanos. Esta categoría, en la que se incluye la radiación de los móviles junto a otros 310 agentes como el extracto de la hoja de aloe vera (sí, de verdad), la gasolina, la melanina, los polvos de talco y la naftalina, se aplica cuando se cumple una de las siguientes afirmaciones:
    • Pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos.
    • Pruebas suficientes de carcinogenicidad en animales de experimentación.
    • Pruebas sólidas de que el agente muestra características clave de carcinógenos.
  • Grupo 3: El agente no es clasificable en cuanto a su carcinogenicidad para los humanos.  Los agentes que no pertenecen a ningún otro grupo, generalmente se ubican en esta categoría. Esto incluye el caso cuando existe evidencia sólida de que el mecanismo de carcinogenicidad en animales experimentales no funciona en humanos. Incluye 500 agentes como el café, los campos eléctricos y magnéticos estáticos o el polietileno.

A la vista de la definición de los grupos de la IARC, en particular la del grupo 2B, afirmar que “la OMS ha clasificado la radiación de los móviles como cancerígena” es rotundamente falso. Y en el propio anuncio de la IARC se decía que la evidencia era limitada para usuarios de teléfonos inalámbricos con glioma (un tipo de cáncer de cerebro) o neuroma acústico (del nervio auditivo) e inadecuada en exposiciones ambientales o en trabajadores (la radiación de las antenas). Pero puesto que un estudio, este de Cardis et al. (2011), encontró un incremento del riesgo de glioma en usuarios de móvil que reportaron un uso de más de 30 minutos en los 10 años anteriores, justificó su inclusión en dicho grupo. Esta decisión fue muy criticada en el ámbito del bioelectromagnetismo pues no se cumplía ninguno de los criterios necesarios para tomar esta decisión ¡y se debían cumplir al menos dos! Hasta los autores de dicho estudio decían en las conclusiones: “Las incertidumbres en torno a estos resultados requieren que se repliquen antes de que puedan considerarse reales y se pueda hacer una interpretación causal”. Al año siguiente, se publicó una revisión sistemática de estudios que habían evaluado esa posible relación. La conclusión fue contundente: “no hay relación causal entre el uso de teléfonos inalámbricos y la incidencia de cánceres de cabeza”.

Existen estudios anteriores, como este metaanálisis de Myung et al. (2009), recurrente entre los movimientos antiantenas, en el que se afirmaba que habían encontrado “una posible evidencia de asociación” pero claro, si no leemos todo, podríamos olvidarnos de que este metaanálisis se centró en estudios de casos y controles, que son débiles comparados con estudios de cohortes, prospectivos, como bien indican los propios autores en sus conclusiones “que son necesarios pues proporcionan un mayor nivel de evidencia”.

Y desde entonces, ¿qué ha pasado?

El pasado mes de junio asistí al congreso BIOEM2019 en Montpellier (Francia). Es el congreso internacional más importante sobre Bioelectromagnetismo que organizan las dos sociedades científicas (BEMS y EBEA) de las que soy socio.

Una de las sesiones plenarias llevaba por título “¿Han cambiado las pruebas de carcinogenicidad de los CEM-RF desde la evaluación de IARC?” y fue impartida por Maria Feychting investigadora, profesora y directora de la unidad de Epidemiología del Instituto Karolinska y que retransmití casi en directo a través de Twitter:

Las principales evidencias de posibles relaciones entre cáncer y móviles provienen del investigador Lennart Hardell, aclamado entre los movimientos antiantenas, que es conocido en el ámbito del Bioelectromagnetismo por su postura y publicaciones muy cuestionadas. Todos conocemos su presencia en juicios aportando estudios que avalan sus tesis aunque en realidad digan lo contrario o bien otros que han sido criticados por la comunidad científica por contener numerosos defectos de diseño y análisis.

La revisión que realizó Feychting en su charla, puso de manifiesto que sólo Hardell obtiene relaciones positivas pero que, además, éstas son débiles, y que todos los estudios posteriores, realizados por equipos diferentes en diferentes lugares del mundo, no corroboran dicha relación. El propio Hardell publicó en 2008 un metaanálisis sobre este asunto en el que concluía haber encontrado “una asociación consistente entre el uso de teléfonos móviles y gliomas”. Trabajo, también muy recurrente entre los movimientos antiantenas, que olvidan leer los estudios con espíritu crítico o formación científica suficiente. En este caso se trata de nuevo de una revisión de estudios de casos y controles, en el que no se establecen criterios objetivos de inclusión o exclusión, algo básico en cualquier trabajo de revisión para evitar sesgos.

Ni el estudio de cohortes danés que incluyó a más de 350.000 personas (Frei et al. (2011) a largo plazo, ni el del millón de mujeres de Reino Unido (Benson et al. 2013) en el marco del Cancer Research UK y el National Health Service (NHS) , demuestran riesgos mayores de cáncer por uso de teléfonos móviles. Este último concluye: “no hubo mayores riesgos de tumores del sistema nervioso central, lo que proporcionó poca evidencia de una asociación causal”.

Una de las diapositivas de Fleychting en la que muestra las diferencias entre los estudios de Hardell (riesgos superiores a 1) y el resto (próximos o inferiores a 1).

Fleychting llamó la atención sobre otro estudio de Hardell (2013) en el que evaluó gliomas de 2007 a 2009 con pacientes con exposición a CEM-RF durante más de 25 años. Lo curioso del asunto es que, en el momento del estudio y en el rango de años analizado, la telefonía móvil llevaba un máximo de 23 años en Suecia y no de forma mayoritaria. ¿Cómo es posible?

Otro trabajo presentado en el BIOEM2019, de Deltour et al. evaluó la supervivencia de pacientes con glioma en relación con el uso del teléfono móvil, encontrando que los usuarios habituales sobrevivían más que los no habituales.

Otro trabajo también de Deltour et al. (2012) y otro de Little et al. (2012) compararon los incrementos de incidencia predichos hace años por Hardell con las observaciones reales, comprobando que no se ha producido el incremento anunciado y que sigue una tendencia similar a la anterior a la aparición de los teléfonos móviles o, incluso más llamativo el caso de Estados Unidos, donde ésta ha bajado. Sólo se ha observado una incidencia mayor en adultos de más de 75 años y no en jóvenes que serían quienes más usarían los teléfonos móviles y se achaca a una mejora del diagnóstico y a una mayor longevidad. Todos estos datos contradicen lo que concluía y predecía Hardell, quien recomienda evitar el uso del móvil en menores de 20 años.

Por tanto, podríamos decir que la Epidemiología sigue sin avalar los hallazgos que llevaron a la IARC a tomar aquella decisión. Además, las evidencias más recientes, contradicen los hallazgos de Hardell y de sus colaboradores, cuyos estudios debemos poner en duda.

¿Y el reciente estudio de los ratones?

Fleychting se centró en los estudios epidemiológicos y, después de ella, intervino la científica Florence Poulletier De Gannes con una ponencia orientada a la actualización de los datos en animales y en condiciones de laboratorio.

En 2018 se publicaron dos estudios muy potentes en ratas que asociaban la exposición a CEM-RF con un tipo de cáncer de corazón (extremadamente raro en humanos), pero sólo en las ratas macho. Uno del Programa Nacional de Toxicología (NTP) de EE.UU. (NTP 2018a, b) y el otro, por el Instituto Ramazzini en Italia (Falcioni et al., 2018). Ya escribí en este blog una entrada sobre este asunto que resumiré rápidamente pues la ponencia de Poulletier vino a decir lo mismo.

Ambos estudios tienen inconsistencias y limitaciones que afectan a la utilidad y aplicabilidad de sus resultados para establecer pautas o límites de exposición y, sobre todo, a su posible extrapolación a humanos. Por lo que seguimos sin tener una hipótesis plausible que pudiera explicar una posible relación causal.

Por tanto, seguimos sin pruebas robustas que avalen esa posible relación entre cáncer y el uso de teléfonos móviles. La Epidemiología no avala esta hipótesis y los resultados en animales siguen siendo débiles y cuestionables.

Antes de terminar, recuerdo dos cosas: 1) la radiación de las antenas no está en este posible debate y 2) el peso de la prueba recae en el que afirma y no al revés. Al contrario de lo que piensa la mayoría, la Ciencia no demuestra que NO hay relación, la Ciencia no demuestra negaciones, por lo que sólo podemos decir lo que indican las pruebas y éstas, a día de hoy, indican que no podemos decir que la hay.